miércoles, 15 de febrero de 2012

No hablamos de los árbitros

“Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo.”

Un dicho popular, visto hasta la saciedad incluso en boca del mejor Steven Seagal (que no dista mucho del peor, para que nos vamos a engañar) es la definición perfecta de uno de los papeles más desagradecidos en el mundo deportivo: el de árbitro. Odiados y usados como excusa a partes iguales por las aficiones, estamentos, jugadores y entrenadores de los distintos equipos. Pero ¿Quién tiene la culpa de la mala imagen del colectivo arbitral? Para mí, la culpa es compartida.


Es imposible no entrar en comparaciones entre el fútbol y otras disciplinas porque aunque se critica la labor arbitral en todos los deportes, da la sensación de que el recurso arbitral es más usado en “nuestro” fútbol.

Se habla de que en la NFL, al llegar los playoffs, los árbitros priman el espectáculo sobre la reglamentación (que se lo pregunten a los Vikings de la final de conferencia del 2009) o a nuestra selección de balonmano en este último europeo sin ir más lejos.

Cuando digo que la culpa es compartida es porque considero al estamento arbitral y a la propia FIFA muy culpables también de todo lo que ocurre. Pero vayamos por partes.

En primer lugar les pedimos a los árbitros que vean todo, que sancionen todo, como es su labor. Esto estaba bien hace 60 años, cuando la información del aficionado de lo que ocurría en el campo se basaba en lo que el propio aficionado veía allí y lo que le contaba la emisora de radio de turno. Ahora no, ahora hay docenas de cámaras que cubren cada detalle, con zooms, slow motion, alta definición, moviola. El aficionado ve manos clarísimas que el colegiado no ve, agresiones, teatro, fueras de juego. Situaciones que muchos vemos claramente en nuestras pantallas de televisión pero que el árbitro solo tiene segundos para juzgar, en una sola toma y basándose en sus ojos.

Les pedimos a los árbitros que juzguen en base a criterios del siglo XXI mientras ellos siguen arbitrando igual desde la mitad del siglo XX. Y la FIFA no ayuda. Mientras en otros deportes se han apoyado en la tecnología para poder juzgar mejor (en algunos casos incluso después de un partido), en nuestro fútbol seguimos a la cola. Y es que si no se perderían las polémicas que tanto jugo dan a los medios. Tampoco ayudan estos últimos, publicando en sus columnas los tremendos fallos arbitrales que han perjudicado a uno y otro equipo (En España parece que estos fallos solo afectan a ese uno o a ese otro y no a los 18 restantes). Algunos medios incluso publican una tabla de clasificación alternativa sobre como iría la liga “real” de no ser por los errores arbitrales.

Así que muchas veces, el trencilla, poco tiene que ver con los supuestos “atracos”, pero otras veces tienen mucha culpa y aquí entramos en la falta de criterio común. Amarillas que no se sacan, otras que si, y en situaciones similares y sancionadas por un mismo colegiado. Árbitros señalados como “favoritos” por un determinado entrenador, famosos por “dejar jugar” que se vuelven tarjeteros de la noche a la mañana si arbitra a equipos distintos. En un partido se pita penalti por una ocasión que en otro partido no se sanciona, siendo el mismo árbitro. Un árbitro no pita lo mismo que otro y no se pita de igual manera al Real Madrid o al Fútbol Club Barcelona que al Granada y al Sporting.

Ni siquiera entre ellos se ponen de acuerdo, ni los árbitros en activo ni los que, en su retiro, encuentran hueco en los medios. Los hay que claman mano clara de Pinto en el partido de ida de la Copa del Rey en Mestalla del pasado 1 de Febrero y otros que opinan que como mucho amarilla porque, según el reglamento, al no encarar Soldado a puerta sino escorándose, habiendo contacto de Piqué y estando Júpiter alineado con Marte no debería ser roja. De locos.

La falta de criterio común les resta una credibilidad que, para su importancia y puesto que ocupan no debería estar en entredicho.

Tampoco favorece nada la situación las actuaciones de aficionados, deportistas y estamentos de los clubes. Desde el fan que clama amarilla por todo para el equipo contrario pero que luego, cuando se las “perdonan” contesta con un “es que esas nunca se sacan”, “si se pitase todo no quedaban más que 5 en el campo”, etc., pasando por los deportistas que se creen en el Teatro Real y hacen del césped su escenario particular para interpretar “McBeth” versión balompédica, o cuando se acude en corrillo a protestar al árbitro cualquier decisión, presionando, gritando y decidiendo que es lo que se debe pitar en cada momento. Por último están los clubes que, desde distintos púlpitos, denuncian una caza de brujas centrada en sus colores, curiosamente siendo de los más beneficiados en ocasiones porque no se pita igual a un pequeño que a un grande. Los que sacan papeles en ruedas de prensa destacando en “Top 13” de los fallos del colegiado hasta los que opinan que la cosa no “pinta bien” para sus intereses. Los que dicen que “no hablan de árbitros” pero lo dejan caer cuando les conviene. Los que dicen que hablan de los árbitros tanto cuando les perjudica como cuando les favorecen pero luego afirman no haber visto el penalti no pitado a su equipo.

Instituciones ancladas en el pasado. Fanatismo. Hipocresía. Al final ninguno hablamos de los árbitros, pero hablamos.

Maykel Pérez / @Greypilgrim

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